Por Erick Álvarez.
A mediados de la década de 1950, Nueva York se consolidaba como capital económica, cultural y simbólica del mundo occidental. Su perfil urbano reflejaba ese liderazgo: ambicioso, funcional y en plena transformación. Si en los primeros años de la década la modernización había sido discreta -salvo por la presencia del edificio de la ONU-, en 1955 el cambio se volvió visible y contundente.